miércoles, 14 de junio de 2000

La Electricidad de Caracas que yo quiero

Como la mujer en la canción de Serrat, la Electricidad de Caracas (EdC) que yo quiero, no debería necesitar deshojar cada noche una Margarita, en un me compran - no me compran. La EdC que yo quiero no parece fruta jugosa, más bien una competente y sub pagada conserje, nada vanidosa.

Como un consumidor de electricidad que vivo en Caracas amarrado a la EdC, mi objetivo es simplemente recibir un buen servicio al menor costo posible. Con un objetivo tan limitado es posible que algunas de mis reflexiones, sobre la reciente oferta publica hecha por las acciones de la EdC, puedan diferir en algo de las de un accionista.

Sólo para comenzar, cada vez que oí sobre el cacareado alto valor de la EdC, y a sabiendas de que con toda seguridad la mayoría de los ingresos de la empresa provienen del bolsillo de consumidores como yo, que tiemblan cuando se acerca la llegada de su recibo de luz, sentía en lo más profundo de mi ser el gusanito de la tentación que me empujaba a pedir una rebajita en las tarifas.

De mi distribuidora eléctrica local, lo que me interesa ver son unos buenos ingenieros con coloridos cascos, acompañados por contadores competentes con unas calculadoras sencillas, que sólo sirvan para sumar y restar. Observar la presencia de abogados, financistas, corredores, publicistas y demás profesionales poco relacionados con llevarme la luz a casa, francamente no me gusta.

De mi distribuidora eléctrica local, lo que me interesa que debata son asuntos relacionados con el sector eléctrico, por ejemplo los kWh que consume mi secadora. De allí que me ponga algo nervioso cuando presencio foros, como uno que hubo en el IESA, en donde la conversación sólo versaba sobre tópicos como “takeovers enemistosos”, "poison pills" y "golden parachutes".

De mi distribuidora eléctrica local, las únicas inversiones que yo espero son aquéllas absolutamente mínimas y necesarias para darme un mejor servicio a un menor costo, por lo cual, cuando oigo de la existencia actual de proyectos de agua en Colombia, o que el oferente mantiene fuerte presencia en Kazakhstan, esto me inquieta ante la certeza de que si le va mal, tendré que pagar más, y si le va bien, no participaré.

De mi distribuidora eléctrica local, yo quiero que busque inversionistas que sean compatibles con la naturaleza muy poco riesgosa del negocio de distribución eléctrico, por ejemplo viudas y huérfanos con limitadas aspiraciones de rendimiento, pero que dependan para su subsistencia de un dividendo seguro. Por lo tanto, cuando veo flujos y apetitos especulativos, tipo mercados emergentes, interesarse por EdC, siento que estoy en mala compañía.

De mi distribuidora eléctrica local, yo no deseo que me despierte cada mañana con costosos avisos en la prensa, radio y televisión, desplegados sobre asuntos que no tienen nada que ver con la luz, ya que sé que de una u otra forma los fondos para pagar esa publicidad provendrán de mi bolsillo y ésto me molesta.

De mi distribuidora eléctrica local, yo no quiero oír sobre las perspectivas de que sus acciones valgan una fortuna por cuanto, salvo algo muy desconocido para mí, tal posibilidad sólo puede sustentarse sobre unos tarifas demasiado altas.

De mi distribuidora eléctrica local, yo no deseo oír sobre la posibilidad de una importante reducción de costos, por cuanto tengo la ilusión de que esa empresa sea operativamente tan eficiente como para que tal posibilidad no exista.

De mi distribuidora eléctrica local, no me gusta oír que recompra sus propias acciones, disminuyendo así su patrimonio, cuando poco tiempo antes hemos sido informados acerca de la necesidad de incrementar las tarifas eléctricas para acometer las inversiones necesarias.

En fin, yo como consumidor, durante las últimas semanas, oí muy pocas cosas que me gustaron de mi distribuidora eléctrica local. En momentos especialmente difíciles, les confieso haber encontrado mucho consuelo en la nueva Ley del Servicio Eléctrico.

Cada vez que leo la nueva Ley, más me sorprendo de que hayamos logrado sobrevivir sin ésta. Como consumidor estoy absolutamente convencido de que, en un plazo bastante corto, el sector habrá sufrido una transformación muy grande en beneficio de todos aquellos que, como yo, desean ver en nuestros servicios públicos bases competitivas para desarrollar otras actividades económicas y no como parecería ser el caso hoy, el que los servicios públicos sean el negocio en sí.

Tengo amigos accionistas o ex-accionistas de la EdC y tengo amigos gerentes o ex-gerentes de la EdC. A todos ellos les aseguro que ni invalido ni le quito méritos a su gestión hasta la fecha. Es más, si el día de mañana deciden crear otra empresa para buscar nuevos horizontes de inversión y, por qué no, los mismos proyectos de diversificación, que actualmente contemplaban, tales como de agua en Colombia, de pronto me intereso. Hasta la fecha, lo único que me ha mantenido alejado de convertirme en accionista de la EdC (y la CANTV) ha sido un deseo de no exponerme al conflicto de interés presente cuando uno maximiza su propio dividendo, maximizando su propia factura de luz o teléfono.

Sé que muchos de mis amigos ven con cierta melancolía los recientes eventos y, sin duda, la operación EdC representa en si el fin de una era. No obstante, recordemos que las épocas cambian y ya tanto la nueva Ley como las nuevas realidades económicas hacen casi imposible, el que distribuidoras eléctricas centenarias puedan aspirar a ser milenarias. Sólo el hecho de que las concesiones para la distribución eléctrica tengan en la nueva Ley una validez limitada de 30 años más 20 adicionales de prórroga, para entonces tener que entregar y licitar todo el negocio de nuevo, señala un cambio fundamental.

El hacer del negocio de la distribución eléctrica local un negocio tan seguro y tan aburrido, que sólo atraiga los capitales de menor expectativas de retorno o a los propios vecinos, me parece un reto interesante para iniciar esta nueva etapa.